Una reflexión crítica sobre la función del abogado en la sociedad
Leandro Cabrera Mercado
• Of Counsel en HispaColex Bufete Jurídico
• Consejero del Consejo Consultivo de Andalucía
• Académico de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Granada
Los que elegimos un día dedicarnos al noble oficio de la abogacía sabemos que eso es mucho más que ejercer una profesión jurídica. La labor del abogado es esencial porque consiste en aportar, en medio de la disonancia y el conflicto, a menudo de manera urgente, soluciones y sosiego, el mayor grado de libertad, seguridad y, en definitiva, paz social.
Al interpretar las leyes y orientar su aplicación a la justicia, la libertad, la igualdad, la dignidad, aportando ingredientes personales de respuesta crítica y responsabilidad, los juristas prácticos articulamos posibilidades de comprensión y consenso sobre los valores que vertebran la vida social. Así, cada escrito, cada actuación procesal, cada consulta con el cliente, no sólo sirve a la defensa de los derechos e intereses de ese cliente, aunque así sea en primer término; sino que contribuye también al crecimiento de las empresas, los negocios, el bienestar de las personas y de las familias. En definitiva, de la sociedad, haciendo que prosperen en ella la ley y los derechos.
Realizar esa tarea del ejercicio de la abogacía con pautas de crítica (el término es indispensable), precisión y calidad nunca ha significado tanto. Sin ese esfuerzo responsable, en el momento de crisis democrática y desintegración institucional que vivimos, con un ordenamiento jurídico fragmentario e hipertrofiado como el nuestro, las leyes y los derechos quedarían vacíos.
Cierto que cuanto más complejo e impredecible es el panorama, más rendijas ofrece. Por esas rendijas puede penetrar la luz, podemos encontrar salidas. Como dijo Maquiavelo, “un poco de agitación da recursos a las almas, porque lo que hace progresar al mundo no es la paz, sino la libertad”. Pero es indudable que los antiguos mapas no nos permitirán orientarnos ahora y que los juristas y los abogados deberíamos ser –ojalá lo seamos- los nuevos cartógrafos que tracen en el atlas de este mundo difícil, los mapas de la ley y los derechos, ahora seriamente amenazados.
Hoy más que nunca es preciso e incluso obligado, practicar una defensa activa de la ley y la Constitución, como cúspide normativa de nuestro ordenamiento, bajo el discurso que se apoya en la razón, la crítica y la universalidad de los derechos.
La tarea de nosotros los abogados y de los juristas en general, es no seguir la corriente sino perseguir y analizar la libertad, preguntarse por la libertad, dar cuenta de los resultados de esa pesquisa y no tener miedo.
No tener miedo de alzar la voz del Derecho para proponer soluciones comprometidas con la justicia, la democracia, los derechos de todos, también de quienes están en minoría y con la misma libertad.
Y para ello, el primer presupuesto que debemos atender es el de la FORMACIÓN PERMANENTE de los abogados. Para los más jóvenes, el gran reto será conciliar el saber jurídico general con una especialización cada día más exigente. Ser buen generalista permite tomar perspectiva, adentrarse prudentemente en otros campos, aplicar la transversalidad y trabajar eficazmente con otros especialistas.
El segundo de los presupuestos ha de ser el LENGUAJE. Hoy, el pensamiento perezoso, los discursos políticos o publicitarios interesados, el infantilismo y la mendacidad de la corrección política o la simple ignorancia, distorsionan las palabras y las ideas. El lenguaje de la política y algunos medios de comunicación, más que comunicar verdades o problemas urgentes parece deliberadamente diseñado para eludir los requisitos del significado. Pero los juristas sabemos bien que estamos gobernados por palabras, que las leyes están esculpidas con palabras y que somos seres que cuentan historias con palabras.
Por eso los abogados necesitamos hablar y escribir bien para comprender, comunicar, argumentar, persuadir, emocionar, convencer…porque al fin y al cabo es lo que hacemos los abogados: convencer.
El tercer presupuesto en el PENSAMIENTO. El abogado, mucho más que cualquier otra persona, debería ser un pensador. La práctica del Derecho es una permanente invitación a cultivar el arte de pensar. Esto es algo que precisa espacios y tiempos de interioridad y sosiego, pero que también implica una vuelta al diálogo académico y al ágora de la vida pública, al pensar con otros. La clave radica en la escucha y la mirada atenta: escuchar lo que los otros tienen que decir, colocarse en su posición y penetrar en el misterio de los pensamientos y anhelos de los demás, bajo la suposición de que podrían tener razón.
Y es que no todo se basa en el mercantilismo o el rédito económico, aun cuando éste sea importante y necesario para el desempeño de la labor del abogado, pues no olvidemos que se trata de una profesión de la que es preciso vivir. Pero creo que los abogados debemos ir más allá, valorando también los intangibles. El pensador italiano, recientemente fallecido, Nuccio Ordine, en su famoso ensayo “La utilidad de lo inútil” señala con énfasis que el cultivo de las artes en general (la poesía, la filosofía, la literatura, la puntura, la música, etc.) está hoy en día dramáticamente relegado a lo “superfluo” en contraposición con lo “rentable económicamente”.
Pero con Ordine, he de manifestar que si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil (es decir, de lo que no produce rédito económico), si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma, de la justicia y de la vida. Y en ese momento, cuando la desertificación del espíritu nos haya ya agostado, será en verdad difícil imaginar que el ignorante homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad.
Y el cuarto presupuesto de esa actuación de los abogados sería la ÉTICA PÚBLICA.
Para el jurista práctico, la deontología, además de un repertorio de elementales deberes profesionales, es también una garantía frente a pretensiones desorbitadas del cliente o de terceros. Las estrategias fraudulentas o agresivas pueden lograr ventajas a corto plazo, pero a medio y largo fallan porque socaban el prestigio y el factor clave para el éxito de cualquier proceso: la confianza. Algunos piensan que esa confianza puede generarse con mera habilidad, pero no es así. La confianza sólo surge de la sinceridad, la lealtad y la rectitud.
Como afirmaba Kant, “la honradez es la mejor política”. Y yo creo que también es el mejor negocio. Se ha discutido mucho sobre el carácter normativo e imperativo de las normas deontológicas. En este sentido el Tribunal Supremo viene a señalar que las normas deontológicas de la profesión aprobadas por los colegios profesionales no son simples deberes morales sin consecuencia en el orden disciplinario, pues tales normas determinan obligaciones de necesario cumplimiento para los colegiados y responden a las potestades públicas que la ley delega a favor de dichos colegios, de manera que las transgresiones de las normas de deontología profesional constituyen el presupuesto del ejercicio de facultades disciplinarias dentro del ámbito de los colegios profesionales.
Por lo demás, parece evidente –lo que hace inexcusable la ignorancia- que quien ejerce una profesión debe conocer las obligaciones a ella inherentes. Y esas obligaciones están contenidas en las leyes y reglamentos así como en los estatutos y códigos deontológicos profesionales de la profesión elegida.
Son estas unas breves pinceladas sobre mi manera de entender la labor del abogado y los presupuestos básicos para ejercer tan digna profesión. Y es que en un mundo difícil y amenazado como el que nos ha tocado vivir, los abogados debemos hacer oír la voz del Derecho y contribuir con ella a trazar mapas y rutas, levantar puentes y descubrir atajos hacia esa sociedad lúcida, justa y solidaria en la que todos querríamos vivir. Esa es la ingente y colosal tarea que tenemos los abogados para crear los medios y producir lo que todo ser humano anhela: justicia, armonía y libertad.
3 comentarios
Enhorabuena por el artículo Leandro, lo comparto al 100%.
Una pena que el frenesí del dia a dia, nos impida en no pocas ocasiones ese indispensable tiempo de sosiego, reposo y pensamiento, que nosotros, la sociedad, y nuestros clientes, necesitan, aunque a veces todos estos grupos olvidan. Tenemos que seguir trabajando entre todos para poder hacerlo y es importante no olvidarlo.
Un abrazo.
Excelente discurso, Leandro. Ojalá, todos los abogados pensaran como tu lo haces. Felicidades!!!
Aunque lego en Derecho, la lectura del articulo es suficientemente evocadora para saber del conocimiento, dignidad y competencia del autor. No son tiempos de reflexiones vacias en la tibieza.